El almacenaje, todo lo que debe estar a mano pero no tiene que verse, desde la grapadora, hasta la fotocopiadora, pasando por esa ingente cantidad de papel que usamos a diario y que nos gustaría que no estuviera, pero que tiene que estar, se ordena y guarda en un mueble corrido que regulariza la medianera oeste, una falsa pared que se abre en mil compartimentos que permite ocultar y a la vez tener accesible todo lo necesario para el trabajo.
Al otro lado, del espacio central, y aprovechando la configuración en L del local se ubica el office y el despacho, separados pero integrados a través de un juego de mamparas de cristal y acero que permiten dar intimidad, pero sin perder la continuidad espacial y la luz natural.
La sencillez visual que adquiere el espacio se consigue mediante un proceso de depuración, limpiar y ordenar, que huye de cualquier ornamento. Proyectado con los elementos justos y necesarios, materiales nobles y colores neutros, se consigue un área de trabajo, limpio, luminoso y sobrio, centrado en la labor que huye de lo accesorio, de lo superfluo.